La participación de los jóvenes en la cumbre del clima
Si quieres conocer una opinión de primera mano tras la COY16 en Glasgow, y qué se hace en esta conferencia, sigue leyendo.
Hay algunos temas a los que al principio nos da miedo acercarnos porque nos parecen demasiado complicados. Sin embargo, igual por ese miedo nos estamos perdiendo el conocer herramientas con las que se cuenta a la hora de hacer frente a la crisis climática.
Un claro ejemplo de ello es el análisis del ciclo de vida (ACV), una herramienta de estudio que permite reducir los impactos ambientales de los procesos productivos e incluso influenciar en las decisiones de consumo.
¿Quieres comprender qué es y cómo se realiza? ¿Saber más sobre cuál es su función respecto al medioambiente? ¡No te pierdas este artículo! Gracias a la química Luna Fontecha, cofundadora y COO de Verde Agua, te explicamos el funcionamiento del ACV y su potencial respecto a la sostenibilidad.
Llamamos ‘ciclo de vida’ de un producto o actividad a todo ese proceso que envuelve su existencia. Es decir, desde que empieza a crearse hasta que finaliza su vida (bien sea convertido en ‘residuo’, reciclado, o reutilizado con otros fines).
Por tanto, el ‘análisis del ciclo de vida’ (ACV) es el estudio de ese ciclo de vida. Pero con un fin concreto: medir sus impactos ambientales.
Dicho de forma más práctica, el ACV es la forma de calcular cuántas emisiones de gases de efecto invernadero genera el ciclo de vida de un producto (y cuántos vertidos tóxicos, cuántos residuos, cuántas materias primas, cuánto gasto energético…).
Además, como el análisis se divide por etapas, permite identificar cuáles son las partes problemáticas (bien en la fabricación, bien en la distribución…) del ciclo de vida de un producto —es decir, cuáles son aquellas en las que hay un impacto medioambiental negativo mayor— y buscar cómo cambiarlas o solucionarlas para que este sea lo menor posible.
Muy a menudo se utiliza para comparar productos (siempre usando la misma unidad funcional). Se comparan para ver cuál es más eficiente y tiene un menor impacto, así como para determinar en qué fase es en la que se produce la mayor diferencia.
Por si no conoces el término “unidad funcional” o UF, te ponemos un ejemplo: dos botellas que puedan recoger la misma cantidad de agua tienen la misma unidad funcional (por ejemplo, 750 cl). Así podremos comparar los impactos ambientales de beber 750 cl de agua en una botella de vidrio reutilizable o en una botella de plástico desechable. Es necesario tener esta referencia de “unidad funcional” para asegurarnos de que contrastamos los mismos fines. También podrían compararse el impacto de una botella de vidrio reutilizable de 750 cl con el de 3 botellas de plástico desechables de 250 cl.
El objetivo del ACV ya lo hemos dicho: calcular el nivel de impacto medioambiental. Aunque eso podría ser, más bien, su razón de ser.
El objetivo concreto de calcularlo es facilitar una reducción de este impacto, proporcionando la información necesaria para saber si un producto genera un impacto negativo superior a lo que debería ser (comparándolo con otros) o, sobre todo, en qué parte del proceso se necesitan buscar alternativas para mejorarlo.
Aunque, según quién sea el sujeto que se encarga de hacer el ACV, el objetivo final puede ser distinto. Si se realiza desde una empresa puede ser para buscar la eficiencia o la reducción de gastos, por compromiso ecológico, por cumplir con los criterios de sostenibilidad o por todas ellas a la vez.
También puede hacerse desde una investigación académica, con intención de concretar en una determinada área de estudio qué marca o modelo de productos son más perjudiciales para el planeta: bien para influir en las personas consumidoras (influir en las decisiones de consumo), o bien para influir en las empresas o instituciones responsables de los procesos productivos (permitiendo facilitar el desarrollo de estrategias con fines de reducción de impactos, etcétera).
Aunque al principio del artículo hemos definido el ‘ciclo de vida’ como algo que empieza en la creación y termina con el fin de vida del producto o actividad; lo cierto es que no siempre que se hace un análisis del mismo se entiende como tal, por lo que hay diferentes tipos de ACV.
Normalmente, elegir uno u otro depende del fin con el que se haga el análisis. Vamos a ver las diferentes opciones, desde la más completa hacia la de menor escala:
Y, aunque en ocasiones solo se tienen en cuenta estas tres, no podemos olvidarnos de una cuarta:
Para realizar cualquiera de estos tipos de análisis del ciclo de vida de un producto deben seguirse y cumplirse unos pasos estandarizados (por la norma ISO 14040), más conocidos como etapas del ACV.
Si todo esto te esta sonando muy complejo, es porque lo es. De hecho, los análisis de ciclo de vida completos no se hacen manualmente, sino con algún software especializado para ello. Algunos de los software más conocidos son ‘SimaPro’, ‘Gabi Bees’, o la versión open source, ‘Open LCA’.
Aunque todo esto pueda sonar algo marketiniano, los ACV tienen potencial en la transición hacia sistemas productivos más sostenibles. Si bien sabemos que no sólo se necesita producir mejor (con menos impactos ambientales), sino también producir menos; es un paso adelante a la hora de buscar la sostenibilidad.
Además, son importantes para otras cuestiones, como permitir facilitar el desarrollo de sistemas de Economía Circular. O, como ya hemos dicho, proporcionar información a las personas para que tengan una capacidad de elección de consumo más sólida, pues en muchas ocasiones queremos cambiar nuestros hábitos de vida hacia otros más sostenibles y realmente no sabemos si lo que estamos haciendo es más eficiente desde el punto de vista ecológico o, por el contrario, se quedan en unas buenas intenciones que no logran repercutir de forma positiva en el medioambiente.
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